Cualquier postura llevada al extremo produce efectos indeseables y perversos por muy loables que fueran las causas iniciales, y el trasvase no lo es menos. Una cosa es que seamos defensores de la unidad de cuenca y enemigos de trasvases, y otra muy distinta convertirnos en hidrotalibanes y seguir al pie de la letra consignas y mandamientos ilógicos que, llevados al límite, pueden ser incluso inhumanos.
No dudo que llevar agua a Barcelona sea técnicamente un trasvase, tampoco que quizá con mejor planificación, Barcelona no habría tenido problemas de abastecimiento. Incluso cuesta poco trabajo imaginar la poderosa maquinaria de AGBAR trabajando más en la primera que la segunda opción. Pero a fin de cuentas, lo cierto es que nos hacemos un flaco favor siguiendo esta línea argumental sin pensar que detrás de las restricciones que amenazan a Barcelona hay gente como nosotros, que no tienen por qué entender de hidrología ni política hidráulica, y aún menos ser moneda de cambio o paganos de la falta de ideas de determinados partidos.
La cosa tiene más gracia si pensamos en cuántos aragoneses se quedarán sin beber o regar por este trasvase. ¿Serán cien mil, veinte mil, doscientos, diez…? Pues no, ni siquiera un solo aragonés se quedará sin regar o beber por este trasvase, porque el agua se toma desde el último azud del Ebro, a unos pocos kilómetros de su desembocadura. ¿Quizá podamos hablar de concesiones y de aguas que deberían reservarse para Aragón y a causa de este trasvase no podrán emplearse aquí?. Pues tampoco, ya que se emplea una concesión existente desde 1981.
Sin embargo, nadie se ha molestado en contar con los aragoneses que tienen casa o pasan sus vacaciones en Salou o
Además, la diferencia del trasvase a Barcelona con el planteado para Levante hasta ahora es de peso. Como deberían saber todos los que han enarbolado el hacha de guerra, la diferencia entre uno y otro es fundamental, y se llama concesión de agua, un detalle de capital importancia para quien quiera hablar con propiedad.
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