PERROS DE HORTELANO I
Decía el ahora olvidado poeta Vladimir Maiacovski: “Quien no olvide el primer amor no conocerá nunca el último” y ese es uno de los principales problemas de los aragoneses: vivimos volcados en ese primer amor de aquel pacto del agua antitrasvasista. Por ello, a menos que cambiemos de mentalidad, nos iremos quedando tan viejos y solos como la protagonista de aquella copla titulada “Tatuaje” o la Penélope de Serrat.
Lo primero que debemos hacer es acabar de una vez por todas con ese “Pacto del Agua” insostenible en lo ambiental, obsoleto en lo técnico y anacrónico en lo social, poniendo de una vez por todas los pies en el suelo. Así comenzaremos la casa por los cimientos, desechando aquella carta a los Reyes Magos que es el citado pacto, cuya razón de ser era -sobre todo- secar todos nuestros ríos para no dejar ni una sola gota en el Ebro.
En esta tierra se echan en falta personas que se atrevan a decir lo que piensan y acabar con esa cantinela de antitrasvasismo que posiblemente sea lo único que ha unido a los aragoneses en mucho tiempo. Aunque a regañadientes -y de momento- parece que también la Expo cuenta con ese apoyo.
El antitrasvasismo une a casi todo el espectro social aragonés y se apoya en tres débiles pies que son antagonistas y por lo general difícilmente sostendrían una argumentación razonable, aunque por otra parte no les falten razones. Unos no quieren trasvase por cuestiones medioambientales, sin entrar en razonamientos sociales y económicos; los otros porque entonces no habría agua para un pacto moribundo, del que ya casi nadie se declara seguidor al cien por cien, pero del que tampoco se atreven a desvincular, y otros por motivaciones puramente atávicas de un sentido patrimonial fuera de lugar en una constitución democrática, o simplemente sea pura envidia.
Debemos reescribir de nuevo todos nuestros postulados hidráulicos bajo unas premisas sensatas que prevalezcan sobre dogmas y consignas más propias de Costa que de la comunidad que alberga la Expo 2008 y la “Década del Agua” de las Naciones Unidas. El agua no puede ser moneda de cambio entre políticos y debería servir para unir y no para enfrentar.
Pero claro, olvidar el pacto del agua aragonés y el trasvase levantino no puede ser solamente un asunto de aragoneses con valencianos y murcianos. Hace falta un gran pacto del agua a nivel nacional que ponga orden en este gallinero, que pare las transformaciones en regadío que nacen deficitarias y se convertirán en permanentes pedigüeños hídricos subvencionados.
No se solucionan los problemas del agua socializando la sequía al ampliar las tierras irrigadas. Hay que asegurar y consolidar los regadíos existentes deteniendo cada transformación en regadío que no tenga unas garantías del 100 %, lo que reduce casi a cero esta posibilidad.
Hay que acabar con campañas publicitarias vergonzosas y demagógicas pagadas con dinero público, lo que significa -en definitiva- que deberíamos terminar de una vez por todas con la posibilidad de que alguien gane un solo voto enarbolando la bandera del agua.
La mejor normativa hidráulica es la sensatez, y por ello debería prevalecer en casos como éste, por más que haya demasiados interesados en revolver las aguas para pescar votos a costa de agriar la convivencia.