jueves, 28 de enero de 2010

JOYERÍA Y BISUTERÍA

En Aragón en general y Zaragoza en particular, tenemos un espíritu crítico que sería un excelente laboratorio de ideas si cada vez que surge alguna iniciativa de gran calado fuese pasada por esta criba.

A cualquier novedad, por genial, estúpida, necesaria o extravagante que se proponga, le salen defensores a ultranza y enemigos a muerte, pero casi nunca se cambia (especialmente si la idea es más necia de lo habitual) por lo que la propuesta suele desestimarse, o bien se modifica bajo criterios más que discutibles.

Podríamos hablar de una estación pensada para ganar premios y no para viajar con comodidad, un túnel que no se abre, una Expo con su legado en forma de Carta del Agua más para olvidar, que para recordar. De un Seminario que produce vergüenza ajena, o de unos vestigios de escasísimo interés que paralizan el gran aparcamiento de Independencia, cuando se entierran yacimientos mucho más valiosos a escasos centenares de metros. Y ahora se le une la polémica del Huerva.

Zaragoza es una ciudad en la que nos suelen vender proyectos y personas a precio de joyas en Tiffanys (llámense Expos, barcas fluviales o tranvía)que no son otra cosa que una bisutería barata que puede hacerse pasar por verdaderas alhajas ante los poco expertos y los cómplices o amigos del vendedor. La joyería fina, como sería el metro o proyectos de más de una legislatura de gestación y construcción, están hoy por hoy lejos de la mente de nuestra clase política, que como una vieja dama venida a menos, enseña su deslucida bisutería de latón intentando hacerla pasar por oro.