viernes, 19 de diciembre de 2008

Juventud, divino tesoro

Nuestros estúpidos hijos son fruto de su tiempo, pero sobre todo de unos padres aún más imbéciles, que tan ocupados como estamos en comprar coches y pisos que no deberíamos y en mantener un nivel de vida que no nos corresponde, hacemos creer a nuestros hijos que somos la leche y no tenemos nada que ver con los putos trabajadores, que son solamente inmigrantes en tanto que nosotros somos todos jefes o encargados de algo. Gente tan guay no puede ser mezquina con las pagas de sus hijos y aún menos con la libertad. Por supuesto que tampoco preguntamos cómo llegan a casa a las 10 de la mañana tan frescos. Encima presumimos ante los demás y decimos que nuestros hijos son de lo mejor, pues pasan la noche fuera y solo beben cocacolas. Nadie pregunta que sustituye al alcohol para mantenerlos despiertos más de 24 horas.

Escuchamos música para aturdirnos, vamos al campo a jugarnos la vida, o relegamos el sexo por una buena cena en un restaurante caro. ¿Cuántos de nosotros en el último año hemos pasado siquiera 10 minutos tumbados bajo un árbol escuchando cantar a los pájaros, paseando tras una lluvia primaveral, o contemplando un atardecer?.

Hemos creado un mundo en el que los jóvenes tienen que sudar adrenalina pura para disfrutar, donde unos y otros tenemos que jugarnos el tipo para sentirnos vivos y en el que pensar o disfrutar de las cosas gratis que nos ofrece la vida es para los maricones, los pobres o los raros.
Ocupados como estamos en aparentar que somos unos burgueses, los que trabajan en las cadenas de montaje o amarrados a una máquina son otros, o -como en el anuncio- somos jefes de muchos pero esclavos de unos pocos, nos olvidamos de los hijos, los malcriamos y luego echamos la culpa a los demás por pervertirlos.

Nuestros hijos y nuestros políticos son fruto de nuestras acciones; echamos los polvos igual que los votos en las urnas y luego a esperar que nos traigan el cumlaudem, la rebaja de impuestos con subida de sueldos o hasta que sean personas normales. Somos aún más cretinos que nuestros jóvenes.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

normalmente estaba de acuerdo con tus ideas.me has sorprendido con meter a los maricones en un contexto que no cuadra por ningun lado,a no ser que seas homofobo y eso lo esplicaria.los homoxesuales son iguales que los demas ,con sus defectos y sus virtudes.hay gays y lesbianas que estaran rendidos al capitalismo duro y otros lo rechazan y son felices tumbados debajo de un arbol.quizad este sacando fuera de contexto la frase de maricones,pobres y raros pero piensa que no te gustaria que a nosotros los padres nos trataran igual a todos.mi forma de educar seguramente no sera la misma que la tuya.

Anónimo dijo...

No tiene nada que ver con que el llanero sea homófobo o no.

Se refiere a esa visión "popular" del gay como persona moderna y guay, que puede irse al campo a tumbarse debajo de un árbol y oir a los pájaros y que, al decirlo, no le extrañe a nadie porque piensan: "Oh, que sensible".
Si no lo eres y dices lo mismo, la gente probablemente piense "Joder, que raro".

Creo que ese es el contexto en el que lo tienes que enmarcar para no malinterpretar ;)

Anónimo dijo...

Cierto anónimo II.
Al Anónimo I le matizo que precisamente mi intención era exactamente la contraria de la que has interpretado, puesto que en este contexto, "maricón" es sinónimo de gente sensible y especial.

Puedo ser antinacionalista, y quizá un tanto rústico, pero homófobo solamente soy cuando una opción sexual se convierte en un grupo de presión. Lo mismo que el Opus o cualquier secta.