Líbreme Dios de defender a la Expo y especialmente a sus gestores. Pero el éxito esperado parece que de momento no lo es tanto, por lo que prefiero esperar afilando la daga, puesto que quizá en el pecado tengan estos soberbios su penitencia. Tal vez se despierten del sueño y los varios emperadores de este evento vean de pronto su desnudez y actúen, aunque no tengo ninguna confianza de que sea así. Pese a todo, tampoco daré argumentos para que puedan emplearse torticeramente, al menos hasta que pase el verano.
Una cosa son los desahogos puntuales y otra que ahora demos excusas a otros para poner a parir a una ciudad y un evento que a pesar de quedar muy, muy lejos de lo que habíamos soñado algunos, es todo lo que hay y es la ciudad en la que vivimos y esperamos vivir. Bien es cierto que para algunos que podamos creernos muy por encima del ciudadano medio este evento sea una feria para niños, pero es que así es
La Expo es un reflejo de nuestra sociedad, incluso en el quiero y no puedo, pero ya que la tenemos, vamos a intentar disfrutarla. El patíbulo que haya que armar lo dejaremos para montar la ejecución en familia y tras el verano. Si somos capaces de aguantarnos las ganas.
Sea esta expo lo que sea, el rasgo más importante que diferencia a Zaragoza, Valencia, Sevilla Barcelona o Madrid de París, Berlín y algunas otras capitales europeas es simplemente la medida del tiempo.
Las obras a realizar en Zaragoza y la Expo tenían un plazo de poco más de tres años, justo el tiempo útil de una legislatura, y ahí nos hemos quedado.
Salvo en esta Expo, en España lo hacemos todo de 40 en 40 meses y así nos luce el pelo. No hay proyectos pluri-legislativos, cuyo plazo de ejecución pueda superar el de vida política de sus mentores y así nos luce el pelo.
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